Editorial • Septiembre 2017

Una y mil veces se ha labrado el acta de defunción del peronismo. Se lo vio agonizar, sacudiendo los brazos al cielo y tomando cortas bocanadas de aire para traer algo de oxígeno a los pulmones, sus ojos se cerraban, el pulso se hacía cada vez más lento y débil, las piernas se le doblaban, y todos a su alrededor se agazapaban expectantes para decretar el fin del Siglo 20 en argentina, un siglo que, en la práctica, aún continúa en nuestro país.   

Sin embargo, el peronismo siempre renació. Le crecieron patillas, malvendió las empresas públicas, instaló la megacorrupción política y pidió que lo sigan, que no nos iba a defraudar. Pero después de vivir de banquete en banquete, de tanta pizza con champán y farándula, se enfermó otra vez. Y en el medio de una convulsionada situación política y social -una más, en Argentina- se volvió a recuperar. Esta vez resurgió con mil caras: puntano y fugaz, cabezón y bonaerense, pingüino de ojito torcido y patrimonio abultadísimo... Cayó fulminado y se levantó con más ímpetu aún, esta vez con aspecto femenino y gustos refinados. Un poco de botox por acá, exceso de maquillaje por allá… ¡y unos amiguitos que ni te cuento!
Luego de su exitoso esfuerzo por dividir a la población, instalar el narcotráfico en el país, dejar a un tercio de los argentinos en la pobreza y sobrepasar los logros de la magacorrupción antes mencionada (cosa que muchos creían imposible), finalmente sucumbió. Se quedó sin aire, tambaleó en el ring, dio un par de vueltas desorientadas, tiró un par de golpes débiles como para ver si embocaba alguno, pero no, cayó de rodillas, sin pena ni gloria, frente a un adversario que en un principio se mostraba débil, pero que fue ganando confianza con el paso del tiempo hasta transformarse en el gallito actual que desafía a todos, hasta a los pesos más pesados, aunque hasta ahora tenga muy poco para alardear.
Muchos dicen que ahora sí, que el Siglo 20 es historia, que no vuelve más. Se acabaron los patroncitos santacruceños, los varones del conurbano, los periodistas obsecuentes (los de ese lado, porque quedan los del otro), la vieja forma de hacer política a base de coimas, planes sociales, aprietes... Se viene un cambio en Argentina, entramos en el Siglo 21, dicen.
Y la verdad es que el peronismo, una vez más, está en terapia intensiva, y encima con una crisis de identidad que ya no sabe ni quién es. Pero así como renació tantas veces antes recibiendo múltiples transfusiones de sangre nueva, hoy espera confiado un nuevo milagro. Algunos predicen que la cura llegará desde alguna provincia del norte, o desde un sindicato, o desde algún cacique bonaerense que sobrevivió a la debacle.
Mientras algunos bailan sobre el cuerpo desmayado del peronismo, muchos otros argumentan que mientras hay vida, hay esperanza. “Volveremos, volveremos”, dicen.  ¤